No todos los ucranios cruzan los pasos fronterizos en la misma dirección. Patricia Romanenko Suarez, Anna Kirianova, Alina Kovalenko y Maria Shimbarova han vuelto a su país en las últimas semanas y no son ninguna anécdota estadística, sino el reflejo de una realidad cada vez más pronunciada: el regreso diario de miles de personas al calor de la retirada de las tropas rusas en torno a Kiev, en una dinámica eclipsada por el éxodo en el otro sentido de casi cinco millones de ucranios.
Son, en su gran mayoría, mujeres y niños que huyeron al comenzar la guerra y vuelven ahora al centro y oeste del país, al relajarse allí los bombardeos y la sensación de peligro. Principalmente, porque quieren estar con su familia, echan de menos su tierra o les empieza a escasear el dinero tras no encontrar trabajo ni ver futuro en el país de acogida. Más allá de los motivos concretos, en muchos de sus testimonios traslucen sentimientos universales como el desarraigo, la soledad del extranjero, la importancia de la identidad o la necesidad del terreno firme de las calles, rostros e idiomas conocidos.
Este viernes, salieron de Ucrania casi tantas personas (38.000) como las que entraron (36.000). Hace 40 días, el 6 de marzo, se dio el pico de huidas diarias: 200.000. Desde el inicio de la guerra, el 24 de febrero, hasta el pasado martes 12 de abril habían cruzado a Ucrania 870.000 personas, según datos de la Policía de Fronteras, pero ni todos son ucranios ni todos habían salido una vez comenzado el conflicto. “En los primeros días de la guerra llegaban unos 10.000 al día, hombres en su mayoría, para unirse a las Fuerzas Armadas o como voluntarios. Ahora vemos unos 25.000 o 30.000 al día. Son más mujeres, niños y ancianos, que ven que la situación es más segura, sobre todo en el oeste”, explicó el portavoz policial, Andriy Demchenko, el pasado martes en un encuentro con la prensa en Kiev.
La agencia de la ONU encargada de los refugiados, ACNUR, confirma el aumento y resume los motivos que suelen señalar los refugiados. “Está la reunificación familiar, por el dolor de la separación; la necesidad de cuidar de familiares mayores que se quedaron; la percepción de tregua o respiro en algunas partes del país y la dificultad de subsistir fuera de su hogar. Otros, simplemente para atender asuntos familiares, recoger pertenencias que dejaron atrás con las prisas o comprobar el estado de sus propiedades”, precisa su portavoz Matt Saltmarsh.
Según una encuesta publicada el pasado día 5 por el Centro Razumkov, un think-tank con sede en Kiev, un 79% de los refugiados ucranios planea volver al país cuando acabe la guerra, por solo un 10% que no, lo que induce a pensar que una parte lo acabará haciendo antes si el conflicto se prolonga meses o años sin recrudecerse.
La paulatina resurrección de la castigada Kiev es clave en esta tendencia. La capital se ha quedado con la mitad de población, tiene casi todas las tiendas cerradas y sigue marcada por los controles militares y barricadas, pero cada día da un nuevo paso hacia la normalidad. En los últimos días las sirenas antiaéreas eran anecdóticas hasta los bombardeos de este viernes y sábado, y el metro, que en los momentos más duros del asedio ruso funcionaba como refugio colectivo, opera parcialmente para pasajeros hasta las 19.00, con trenes cada hora.
Las escuelas de la capital han comenzado a impartir clases a distancia, un tercer puente entre las dos orillas del río Dniéper acaba de reabrir al tránsito general y 500 comercios levantaron la persiana la semana pasada, aunque solo con parte de lo que ofrecían antes de la guerra. Se ve incluso alguna floristería, cafetería hipster y hasta una tienda de moda que abre cuando les avisan antes por teléfono. Esta semana han vuelto a rodar incluso los patinetes de Bolt, la empresa que ya operaba coches con conductor y entrega de comida a domicilio. Con todo, el alcalde de la ciudad, Vitali Klitschko, insistía este sábado a quienes escaparon que no vuelvan aún y “se queden en lugares más seguros”. Según una encuesta del pasado día 6 del grupo sociológico ucranio Rating, un 58% de quienes trabajaban antes de la guerra sigue haciéndolo (por un 46% en marzo) y un 82% de los ucranios tiene incluso planes para el futuro. También estas cuatro mujeres que relatan a continuación su situación.
“En Ciudad Real mi hija solo lloraba. No quiero salir más de Ucrania”
De padre cubano y madre ucrania, Patricia Romanenko Suarez pasó cuatro veranos de niña en un programa de la Asociación Ciudad Real de Ayuda al Niño (Crean). Cuando se intuía ya el inicio de la guerra, su familia de acogida infantil la contactó para decirle que, si quería, Ciudad Real volvía a ser su casa. “Yo no escuchaba. Pensaba que como mucho pasaría algo como lo de 2014 [la anexión de Crimea y el inicio de una guerra solo en Donbás]”, recuerda ahora, con 25 años.
El 24 de febrero, Romanenko Suarez comenzó una odisea para escapar de Kiev que le llevó a Polonia solo cuando le bajó lo suficiente la fiebre a su hija de cinco años como para cruzar la frontera. Desde allí no había vuelos a Madrid o eran muy caros y duraban 30 horas por las escalas, así que acabó volando a Barcelona con su hija y su cuñada, con la que había compartido el programa en España y acabaron de mayores casada cada una con el hermano de la otra.
La familia de acogida les fue a recoger a Barcelona en coche desde Ciudad Real y les dio cobijo y alimento, pero el regreso a España fue muy distinto del recuerdo infantil. “Yo hacía mi vida pensando que me iba a quedar, pero todo era difícil”, cuenta. Principalmente por su hija, que entró en un estado de ansiedad permanente. “Cada día lloraba y me decía: ‘¿mamá, sigue existiendo Ucrania? Quiero que se muera Putin, quiero que se mueran todos los rusos. Llama a papá, quiero ver que no está muerto. Si no viene papá, no voy a comer ni a hablar’. Y se ponía a llamar obsesivamente a todo su círculo para asegurarse de que estaban vivos”, explica. La niña fue escolarizada, pero se negaba a hablar español, y el marido de Romanenko Suarez no podía salir de Ucrania por la ley marcial.
“Mandé el currículum a todos los sitios… pero en Ciudad Real no hay trabajo. Ni siquiera para los españoles. Soy peluquera, pero me daba igual de qué trabajar. Empecé la autoescuela por videoconferencia, pero no entendía bien. La familia me alojaba y daba de comer, pero tuve que comprar ropa y el dinero se acaba… En Ciudad Real, todo el mundo me decía que no volviera, que no había adónde volver. No podía seguir escuchando que Ucrania ya no existe. Dije ‘muchas gracias por todo, pero necesito pensar’. Me fui tres días a un hotel y hablé con un psicólogo. Me propuso hacer una lista con las cosas buenas y malas de Ucrania. Escribí muchas buenas y solo una mala: que está en guerra”, rememora.
Tomada la decisión, aprovechó para visitar Madrid porque “solo conocía el aeropuerto”, llamó a su marido para decirle que algún día volverían allí juntos de vacaciones y cruzó a Ucrania por Polonia. “Cuando llegué, quería besar la tierra. Me encanta España, pero al llegar me di cuenta de que no quería ir a ningún otro sitio. No quiero salir más”.
El acuerdo con su marido ahora es permanecer juntos en el más tranquilo oeste del país, en la ciudad de Lviv ―desde la que habla por videollamada―, y salir sin dilación si se recrudece la ofensiva rusa. “España siempre va a estar en mi corazón. Me ha apoyado muchísimo. Pero mi país es mi país”, resume. En Lviv, estudia ahora español con los libros que compró allí para mejorar su nivel B2.
De Sri Lanka a Kiev para ayudar y “sentir la guerra”
El 24 de febrero y tumbada al sol de vacaciones en Sri Lanka, Anna Kirianova tardó muchas horas en convencerse de que la invasión rusa de su país no era una noticia falsa. Es guía turística en Chernóbil, así que cada año dedica los tres meses de temporada baja invernal a viajar. Iba a regresar a Ucrania seis días antes, pero dio positivo en el test de covid y no pudo tomar el vuelo. “Desde luego yo ya no tenía trabajo al que volver, así que podía haberme quedado en Sri Lanka, porque la vida es muy barata. Pero no era una opción. ¿Hacer surf mientras muere allí gente? Ni siquiera me bañaba ya casi los siguientes días”, señala. Al ser mujer, no estaba obligada a regresar por la ley marcial.
Se pasó los días leyendo noticias en el móvil de forma obsesiva y viendo fotos y vídeos de Chernóbil, ya en manos rusas. “Al fin y al cabo, paso allí 25 días al mes”, explica. Su plan inicial era trabajar en Alemania y ayudar a su país con parte del dinero obtenido. De hecho, voló a Fráncfort, pero cambió de opinión.
Kirianova, de 33 años, suena tan honesta como avergonzada al admitir que no volvió solo por abrazar a sus tres hijos ―de 13, 10 y siete años― y ayudar a su país en un momento de necesidad, sino también por las ganas de vivir de primera mano un momento histórico. “No tienes una guerra cada cinco años en tu país. Leía por internet que cada hora sonaban las sirenas y no sé cómo es eso. Quería sentir la guerra. No sé cómo explicarlo”, asegura. “Cuando posteé en Instagram que volvía a Ucrania, me respondieron: ‘Eres tonta, es tu oportunidad. Puedes elegir vivir en Londres o Berlín”.
Cruzó a Ucrania, pasó una semana con sus hijos en Ivano-Frankivsk y se plantó en Kiev para integrar una red informal de voluntarios que cocinaba para militares y policías en un restaurante cedido por el dueño. Ahora lo hace con la ayuda de World Central Kitchen, la ONG del chef José Andrés, sobre todo para hospitales y a mucho menor ritmo tras la retirada rusa de los alrededores de la capital. “Me quedaré hasta final de mes y luego me planteo ir al sur”, cuenta en el local, situado en el histórico barrio de Podil.
Vive en “la mejor” de las numerosas casas vacías que le han ofrecido amigas que se marcharon y come de lo que cocina, pero su “principal preocupación” es ya reinventarse y encontrar un nuevo trabajo. “Cuando empezó la guerra realmente entendí lo conectada que estaba con Ucrania y en particular con Kiev. Fuera de Ucrania eres solamente una refugiada. Y yo no quiero sentirme una refugiada. Sí, se preocupan por ti, dices que eres ucrania y es como “¡toma, un café gratis!”, pero al final ese no es tu sitio”.
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