El auge de China es “irreversible”. Y lo es gracias al mando de su Partido Comunista. El único que se ha demostrado capaz de transformar esta nación antaño paupérrima en la segunda economía del mundo, y que en las próximas décadas continuará haciendo posible su progreso para transformarla en una gran potencia. Este ha sido el mensaje en el que el presidente chino, Xi JInping, ha insistido una y otra vez este jueves en su discurso en la solemne ceremonia oficial del centenario de la fundación del PCCh en la plaza de Tiananmen, el centro físico y espiritual del sistema de gobierno chino.
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La ceremonia en una Tiananmen llena de banderas rojas, flores y motivos alusivos al centenario, y ante un público de unas 70.000 personas -funcionarios, estudiantes, empleados de empresas estatales, militantes escogidos- quiso remachar lo que han sido los temas centrales de una semana entera de festejos, y de un año de campaña educativa entre sus 91 millones de miembros: el papel indispensable del Partido en los avances de gigante que ha logrado China desde que un puñado de intelectuales inaugurara el primer congreso de esa formación en Shanghái, y el énfasis en que el PCCh está para servir al pueblo y no le guían otros intereses.
El escenario estaba cargado de simbolismo, y de Historia. La puerta de Tiananmen, es el mismo lugar donde, el 1 de octubre de 1949, Mao Zedong proclamó la República Popular de China.
El jefe de Estado y secretario general del Partido. El hombre que ha acumulado más poder en China desde los tiempos del Gran Timonel, comparecía en un sencillo traje Mao gris. Sus acompañantes, la plana mayor de la jerarquía comunista china pasada y presente, acudían en cambio en traje de chaqueta de estilo occidental. Un recurso que subrayaba una conexión directa entre el fundador de la China contemporánea y el líder actual, que el año próximo en el 20 Congreso del Partido a todas luces aspira a renovar al menos cinco años más un mandato que para entonces alcanzará una década.