La propuesta que circula en la Cámara de Diputados para aumentar de 20 a 90 días de salario por año trabajado la indemnización por despido injustificado ha generado un debate intenso sobre su viabilidad real. Aunque responde a una intención de fortalecer los derechos laborales, su aprobación y aplicación enfrentaría barreras considerables tanto en el plano legislativo como en el económico y jurídico.
México ya es uno de los países con las indemnizaciones más elevadas en caso de despido sin causa justificada, y aumentar esa cifra tendría un impacto fuerte en las finanzas de las empresas, especialmente en las pequeñas y medianas, que constituyen la mayoría en el país. Para muchas de ellas, una reforma de este tipo podría traducirse en menor disposición para contratar formalmente, mayor rotación laboral y, en algunos casos, incluso en la informalización del empleo.
Además, es importante recordar que los 20 días de indemnización actuales no aplican automáticamente al momento de una desvinculación. La ley establece que para que proceda este pago, deben darse ciertas condiciones técnicas muy específicas, como una negativa del patrón a reinstalar al trabajador tras una resolución judicial. En la mayoría de los casos, estos pagos son resultado de litigios y no de un derecho automático. Por lo tanto, pensar en una indemnización de 90 días por año trabajado como una regla generalizada es, al menos por ahora, poco realista.
Desde el punto de vista político y legislativo, este tipo de propuestas tienden a generar atención y simpatía pública, pero rara vez avanzan sin obstáculos significativos. La falta de estudios técnicos sólidos que las respalden, sumada a la compleja situación económica del país, hace difícil que puedan transitar por completo el proceso legislativo. La intención de proteger al trabajador es legítima, pero sin un análisis profundo de las consecuencias económicas, puede terminar afectando al propio mercado laboral que se busca fortalecer.
A nivel internacional, países como Estados Unidos no contemplan indemnizaciones obligatorias por despido injustificado; allí las relaciones laborales son mucho más flexibles y se rigen por acuerdos entre las partes. En ese contexto, México ya se ubica en el extremo más proteccionista. Subir aún más ese estándar puede restarle competitividad, especialmente en un entorno global donde la inversión busca estabilidad y certidumbre.
Si bien la propuesta en cuestión probablemente no prospere en su forma actual, sí pone de relieve una tendencia preocupante: legislar desde la intención, sin medir con claridad las consecuencias para quienes generan empleo. Las leyes laborales deben construirse con base en el equilibrio y el diálogo, reconociendo que tanto trabajadores como empleadores necesitan condiciones que les permitan desarrollarse de forma sostenible.
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