La India se encuentra sumida en estos momentos en la que probablemente sea su peor crisis de las últimas décadas. Hay quien la ha comparado ya con la situación vivida durante la partición con Pakistán en 1947, cuando después de 300 años de ocupación colonial el imperio británico abandonó el subcontinente asiático. Con la diferencia de que, esta vez, las redes sociales se han convertido en los altavoces que retransmiten en vivo y directo la desgracia y el sufrimiento de millones de personas.
La respuesta a la pregunta más repetida estas últimas semanas, “¿cómo se ha llegado hasta esta situación?”, no es sencilla. Por un lado, nos confiamos. Creímos que India is different (India es diferente) y que con la primera ola ya se había conseguido la inmunidad de rebaño, o que el sistema inmunitario de la población había conseguido contener el virus debido a su mayor exposición a ciertas enfermedades. Esto nos llevó a una falsa sensación de seguridad.
Hay que tener en cuenta que en un país como la India, con un 85% de la población activa en el sector informal y más de 140 millones de migrantes internos, la vuelta a la normalidad no era solo el deseo de volver a la vida de antes de la pandemia, sino la necesidad de millones de personas de poder volver a trabajar para poder sobrevivir. Un confinamiento como los que se han vivido en Europa o como el que se declaró en marzo de 2020 tiene un enorme impacto social.
Ya fuera por necesidad, por deseo o por desconocimiento, esa confianza de que las cosas estaban controladas ha demostrado ser la peor de las farsas. Lo sabéis en España, con cuatro olas, y ahora lo sabemos en la India, que sufre una auténtica emergencia social.
Nuestro Hospital de Bathalapalli ya se reorganizó para atender a pacientes con la covid-19 en abril de 2020. Entonces, la situación nos desbordó porque eran nuestros profesionales quienes caían enfermos, además del enorme desconocimiento y miedo que había en esos momentos. Pero en esta segunda ola, con nuestro equipo médico ya vacunado, el desbordamiento es mucho mayor. Los enfermos llegan al hospital con diagnósticos mucho más graves y más de un 85% de ellos con necesidad de oxígeno. El mismo proveedor de oxígeno que rellena nuestro tanque me decía con tristeza: “Os voy a dar hasta que tenga, pero no soy dios y no puedo dar más de lo que soy capaz de producir. Tengo que atender también a más de 900 hospitales en Bangalore”. Antes de la llegada de este tsunami de casos rellenábamos nuestro depósito cada 12 días, ahora lo necesitamos rellenar prácticamente a diario. Desde hace unos días no solo estamos al límite de nuestra capacidad, sino que tenemos que hacer uso de otros espacios para no dejar a nadie atrás. Mientras tanto, los medios se hacen eco de personas que mueren por no disponer de ese oxígeno.
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