La semana pasada hablé con Jarno Habicht, representante de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en Ucrania, mientras este recibía suministros sanitarios frescos en un almacén de Lviv. Me habló del alto costo que la invasión del país por Rusia está teniendo para la población ucraniana, de los daños causados en los hospitales y del impacto mental y físico que la guerra está teniendo en los trabajadores de la salud y la población civil.
Pero, por desgracia, Ucrania no es la única emergencia a la que se enfrenta el mundo actualmente. En Afganistán, las personas están vendiendo incluso sus riñones y a sus hijos para sobrevivir. En Tigray, uno de los bloqueos más largos y graves de la historia ha interrumpido en gran medida el suministro de alimentos, combustible y medicinas, y la región se enfrenta a una catástrofe humanitaria, que incluye la inanición masiva.
El empeoramiento de la crisis climática está haciendo que los países se vean afectados por múltiples catástrofes climáticas de manera simultánea. En la misma semana del mes pasado, los arrecifes de coral de Australia se blanquearon mientras otras partes del país sufrían «inundaciones catastróficas». Y la pandemia persiste con récords de casos y muertes registrados en algunos países asiáticos, y una intensa transmisión de ómicron en el mundo, que continúa colocando una sustancial presión en los sistemas sanitarios.
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El aumento de los conflictos, el empeoramiento de la situación climática y la prolongación de la pandemia han hecho que el Reloj del Apocalipsis se haya situado a 100 segundos para la medianoche, que es lo más cerca que ha estado el mundo de un apocalipsis que acabe con la civilización desde la creación del Reloj en 1947. Es fácil sentirse desesperado, pero hay cosas que podemos hacer en el micronivel y el macronivel para marcar la diferencia.
Para evitar que las actuales crisis multidimensionales se conviertan en una espiral de muerte para la humanidad, es necesario realizar esfuerzos concertados y creativos para cambiar el rumbo de la historia hacia un mundo orientado a las soluciones, más sano y sostenible. En su gran mayoría, todas las personas quieren vivir sin guerras en un mundo donde ellos y sus familias puedan acceder a un buen trabajo, poner comida en la mesa y tener acceso a servicios de salud esenciales y a una escolarización de calidad.
Si bien es relativamente fácil iniciar un conflicto, la búsqueda de la paz suele ser un tanto esquiva, ya que las guerras entran por lo general en una espiral que conduce a escaladas imprevistas y consecuencias negativas. La paz es la base de todo lo bueno de nuestras sociedades. Necesitamos la paz para la salud y, del mismo modo, la salud para la paz. Para los trabajadores de la salud, el personal de la OMS y nuestros asociados humanitarios sobre el terreno, la guerra lo hace todo exponencialmente más difícil y a veces incluso imposible.
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En la sumamente progresista Declaración del Milenio, elaborada a principios de siglo, se esbozó el nexo entre la paz, la seguridad, el desarrollo y la salud. La guerra ha relegado nuestras luchas contra el calentamiento mundial y la pandemia de covid-19 a un segundo plano, pero en estas dos cuestiones se requiere la cooperación internacional para avanzar. E incluso en un mundo muy dividido, el progreso es posible. Por ejemplo, en plena Guerra Fría, los EE UU y la URSS trabajaron juntos para lograr la erradicación de la viruela, que sigue siendo uno de los grandes logros científicos de nuestro tiempo y proporciona enseñanzas para los demás retos existenciales de nuestra época
Aunque la guerra domina actualmente la atención de los responsables de la toma de decisiones y de los medios de comunicación, la pandemia no ha terminado en absoluto. La OMS reconoce la amenaza continua de la cpvod-19 y está trabajando con los países tanto para rastrear el virus como para garantizar que se aprovechen todas las oportunidades para aumentar la inmunidad de las poblaciones. El objetivo que se persigue de vacunar al 70% de la población es eminentemente factible, y me complace ver que países como Vietnam, el Pakistán y Nigeria muestran que es posible avanzar si los recursos y los esfuerzos se orientan eficazmente.
Al mismo tiempo, es importante fortalecer los sistemas de salud para que los países puedan ponerse al día con respecto a las numerosas cuestiones de salud en las que ha habido un retroceso, al tiempo que se preparan para hacer frente a futuras variantes preocupantes y a posibles nuevas pandemias. Mientras los países ricos están desplegando las «segundas dosis de refuerzo» —esto es, cuatro dosis efectivas—, es incompetente y/o negligente que algunos grupos de esos mismos países sugieran que no vale la pena vacunar con estándares similares. Después de todo, la pandemia y los desafíos resultantes relacionados con el caos en la cadena de suministro siguen siendo una amenaza no solo para la salud, sino también para la paz y la seguridad.
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