No es ni accidente ni coincidencia el que China esté cometiendo lo que muchos llaman un genocidio contra los uigures musulmanes en Xinjiang y que Rusia haya encarcelado al disidente Alexéi Navalni. Los chinos necesitan un Xinjiang tranquilo porque es un nodo clave de su Iniciativa Belt and Road que abarca el área eurasiática. El Kremlin necesita que las instituciones de Gobierno encubran la acumulación de riquezas por parte de una élite gansteril y, en consecuencia, ve a Navalni como una amenaza seria.
Para las grandes potencias del siglo XXI es vital contar con una política sólida de derechos humanos porque las violaciones graves a las normas aceptadas internacionalmente son centrales para la gobernanza de los regímenes autoritarios. Por ello, Estados Unidos no debe deshacerse de la ventaja estratégica que le confiere su largo compromiso con los derechos humanos.
La política exterior refleja una jerarquía de necesidades. Para Estados Unidos, la cuestión no es si los derechos humanos deberían ser dominantes o estar ausentes en sus decisiones de Asuntos Exteriores, sino cuál debe ser su lugar en la respuesta a una situación dada.
Una política exterior dominada por completo por los derechos humanos sería insostenible, ya que obligaría a EE UU a abandonar intereses nacionales centrales —como mantener la paz con otras potencias nucleares— y arrastraría a las autoridades de una crisis humanitaria a otra. Sin embargo, una que prácticamente ignorara los derechos humanos reduciría a este país a la realpolitik unidimensional que caracteriza el comportamiento chino y ruso. La preocupación por los derechos humanos es lo que diferencia a EEUU de las demás grandes potencias.
Esta diferencia cobra mayor importancia en momentos en que muchos aliados de EE UU tendrán a China como su mayor socio comercial. A medida que crezca la reputación económica china, un Estados Unidos que no pueda apelar a los valores centrales de sus aliados pronto se encontrará en clara desventaja. Es cierto que los asiáticos y europeos hablan mucho de derechos humanos mientras practican una implacable realpolitik en casa, pero el hecho de que necesitan hablar tanto de eso es un reflejo no solo de cómo desean ser vistos, sino también de cómo desean verse a sí mismos.
Estados Unidos puede aprovechar estas fuentes de identidad nacional. Puede convertirse en la gran potencia con la que países pequeños y medianos aspiren a alinearse. Pero no puede hacerlo sin poner algún énfasis en los derechos humanos.
El uso por parte de Estados Unidos de los derechos humanos como una herramienta de política exterior apareció tras la carnicería de la Segunda Guerra Mundial y después recibió un gran impulso con el claro final de la Guerra Fría, cuando las democracias occidentales triunfaron sobre el represivo imperio soviético. En los años de la Guerra Fría, los derechos humanos fueron parte integral de una política exterior que combinaba realismo e internacionalismo.
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