El despacho de Fernando Trueba se abre como una caja de Pandora de amores, aficiones y homenajes del cineasta. Está separado de su casa por un pequeño patio, ya recuperado en su flora del desastre de Filomena. Su entrada no está sellada ni el director (Madrid, 66 años) habita enrocado en él. La mayor parte de sus entrevistas las realiza ahí y el visitante disfruta, por ejemplo, de un cartel de Uno, dos, tres (en el otro extremo hay una foto de su director, Billy Wilder, conversando con Luis Buñuel), de la enorme escultura negra cincelada de piedra, obra de su hermano mayor, Máximo, fallecido en 1996 (es uno de sus dos hermanos muertos) y de dos cuadros de parecido tamaño del pintor y crítico de cine Manny Farber.
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Detrás de Trueba, en las baldas repletas de libros y recuerdos, asoman fotos de Rafael Azcona, del músico Charlie Haden y un afiche de Georges Brassens. También vigilan, entre otros, un muñeco de trapo diseñado por Javier Mariscal y un pequeño retrato de Héctor Abad, médico y profesor universitario colombiano asesinado a balazos en 1987 en Medellín por su defensa de los derechos humanos y de una sanidad pública y universal. “Tengo esa foto desde que volví del rodaje, no la he colocado para la promoción”, ríe Trueba: está en ello con El olvido que seremos, adaptación del cineasta de la novela homónima de Héctor Abad Faciolince, de 2006, con la que este rindió homenaje al espíritu y a la apuesta por la bondad del ser humano de su padre.
A su terreno emocional
La foto introduce la conversación hacia otro miembro español del equipo de la película colombiana: Javier Cámara, idéntico a Héctor Abad padre. “Cuando tras un primer rechazo, acepté la propuesta de los productores colombianos, pensé: ‘Qué pena que Javier no sea colombiano’. Y justo entonces me llegó un correo electrónico de Faciolince contándome que agradecía que entrara en el proyecto, y que había un actor que se parecía a su padre, que era el ideal: Javier Cámara”. El estreno español habría coincidido, en su promoción, con el colombiano, aunque este al final, por otra ola de la covid, se ha pospuesto al 1 de junio. “No pienso en el público, sino en mi círculo cercano. Y así es como tratas bien al público: le consideras parte de tu familia. Siempre he luchado porque mis amigos no pasaran vergüenza con mis filmes. Tampoco me gusta que el filme se componga del aquí y del ahora. Eso es reduccionista. El cine ayuda a pensar; sin embargo, ese no puede ser su límite”, explica.
“No pienso en el público, sino en mi círculo cercano. Y así es como tratas bien al público: le consideras parte de tu familia”
¿Hasta qué punto El olvido que seremos habla no solo de los Abad, sino también de Trueba? “Hay cosas que descubres antes y otras que te encuentras después”, reflexiona. “Obviamente, cuando te metes en una película, buscas esos elementos cercanos a ti y haces tuya la historia. Aunque como lector quien te guía en la novela es Faciolince, con quien te identificas, al menos en mi caso, es con el padre. Primero, por que no podía ser el hijo, ya que mi padre fue completamente diferente. Por otro, por las cosas que dice y defiende. Y porque la película clave de mi vida, la que me confirma cuando la veo en mi adolescencia que quiero hacer cine, es El pequeño salvaje, de Truffaut. ¿De qué trata? De un médico educando a un niño. Ahora es evidente, pero no lo he descubierto hasta hace poco. Al final todo es por algo”.
Trueba narra otra historia curiosa: “Cuando recibí el encargo, estaba a mitad de escritura de mi nueva colaboración animada con Mariscal [They Shot the Piano Player, sobre los orígenes de la revolución musical de la bossa nova en Brasil, cruzados con la historia de las dictaduras en América Latina] y pedí dos meses para acabar ese guion. Me dijeron que había prisa, y que si alguien de mi confianza podía encargarse de la adaptación. Sí, claro, mi hermano David, pero siempre está ocupado, he desistido de contratarle. Le llamé y me respondió que justo podía en ese momento, que en tres meses pasaba a otra cosa. Charlamos sobre lo que me importaba de los tiempos… y David se puso a ello. Las cosas pasan cuando pasan. Y además, el guion de la de Mariscal habla del choque entre el arte y la violencia… Encontré en ambas historias ecos muy similares”. También los hay del padre con sus hijas de Belle Epoque. “Cierto, o al concepto de paraíso perdido”. Y ríe: “Nunca supe por qué me la encargaron, pero con ella acabada siento que entra en mi terreno”.
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