Si tu pasión es cocinar, preparan platillos, mezclar ingredientes y emplatar, esta información te interesa. En la calle República de Perú, en el centro de la Ciudad de México, hay un espacio que busca transformar a través de la gastronomía la vida de jóvenes que se encuentran en situación de vulnerabilidad mediante cursos gratuitos y abrirles acceso a mejores oportunidades laborales.
El fundador de Gastromotiva, David Hertz comenzó con esta idea en su casa en Brasil en 2004, con cinco personas más. “Quería democratizar la educación profesional para quien tiene muchas ganas, pero no tiene la oportunidad. Para mí la desigualdad social es una falta de oportunidad de educación”, afirma.
La historia de Marat Aguilera
Uno de los más de 500 estudiantes que han pasado por estos cursos, lo representa bien. Desde niño cuenta que desarrolló un gusto por la gastronomía cuando iba con su familia materna a San Pedro Atocpan, donde se dedican a la producción de mole al sur de la Ciudad de México. “Es una de mis experiencias fundamentales para acercarme a la cocina”.
Desde joven quiso estudiar gastronomía, pero “la carrera era carísima, incosteable para mi familia”. Así que empezó a trabajar desde los 19 años preparando alimentos en cafeterías hasta llegar a ser subchef en un restaurante.
Cuando llegó a Gastromotiva, Aguilera estaba pasando por un momento complicado. Cuenta que le achacaron un robo en un transporte público que no cometió y por ello pasó tres meses en la cárcel. “Yo salí absuelto, pero aun así el proceso fue muy traumático y muy complicado en mi vida. Perdí mi trabajo, fue muy difícil encontrar trabajo en todos estos lugares que te piden no tener antecedentes. No quería ni salir a la calle, tenía miedo de salir. Esto fue como un año, entré a terapia, no encontraba un trabajo estable, fue muy difícil”, relata.
Pero en Gastromotiva, dice, encontró a una familia, un espacio donde compartir, expresarse y sentirse escuchado. “El trato siempre fue digno y entendiendo una situación compleja”, asegura. Aguilera ahora es emprendedor. Tiene una pizzería que se llama Canario Negro, al norte de la ciudad. Da empleo a otros y siempre busca practicar lo que aprendió: no desperdiciar, la trazabilidad y sustentabilidad de los alimentos.
“La idea es que no todos salgan de acá cocineros, la idea es que salgan de acá buscando lo que hacen mejor. Pueden ser meseros, trabajar en la administración de un lugar, pueden trabajar en otra área, pero la comida ayudó a que despertara su autonomía, su autoestima”, dice Hertz. Al final, lo que quieren es que cada estudiante pueda encontrarse a sí mismo a través de la cocina.
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