La prensa inglesa saludó la alegría que su selección ha despertado en el país, sacudido como todos por la inclemencia de la covid y expuesto a las tiranteces del Brexit, cuyo comienzo oficial coincidió con la explosión de la pandemia en el mundo.
En términos políticos esta Eurocopa ha estrechado aún más la percepción identitaria inglesa, favorecida por los buenos resultados de su equipo, huérfano de éxitos desde el Mundial de 1966. Han pasado tantos años desde entonces que tiene sentido el reconocimiento al equipo y a la satisfacción que ha producido en su patria, pero si a un equipo le ha faltado alegría ha sido a la cautelosa, defensiva y rígida Inglaterra.
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Con su irresistible inclinación a tomar a Winston Churchill como unidad de medida nacional, no faltaron titulares que comparaban a Gareth Southgate, seleccionador inglés, con el célebre primer ministro británico. “Más popular que Churchill, Gareth Southgate tiene el mundo a sus pies”, rezaba uno de los titulares de The Times. En el artículo se adorna al técnico de unas virtudes tan extraordinarias que le capacitan para embarcarse en las más altas empresas políticas de la nación. Es posible que Southgate disponga de todas las cualidades que se le atribuyen, pero como entrenador despierta muchas dudas.
Inglaterra, que ha jugado en Wembley seis de los siete partidos que ha disputado, comodidad importante en un campeonato de largos recorridos, sólo ha superado a Rusia, Eslovaquia, Finlandia y Hungría en el promedio de remates por partido (9,15), a una distancia sideral de España (18,5 tiros por encuentro), Italia (18,25) y Dinamarca (16), los tres equipos que más goles han marcado en la Eurocopa. La estadística de ataques es parecida: España (432 acciones de ataque en seis partidos, dos con prórroga) encabeza el ránking, seguida de Italia (383, siete partidos, tres con prórroga). Inglaterra sumó 296 en siete partidos, los dos últimos con prórroga incluida.