A finales de los años noventa y principios de los 2000, Mena Suvari se convirtió en una de las estrellas más rutilantes del universo de Hollywood. Llena de proyectos prometedores, logró incluso ser nominada al Bafta o al premio del sindicato de actores gracias a su papel de Angela Hayes en American Beauty. La escena en la que aparecía sumergida en una bañera cubierta de pétalos de rosa rojos se convirtió en historia del cine. Entonces Suvari apenas tenía 20 años y, gracias a películas como esa, a la saga de American Pie o a la serie A dos metros bajo tierra, logró hacerse un hueco en la industria. Una posición que no logró mantener en las dos siguientes décadas, donde sus papeles se han limitado en su mayoría a series más discretas o a películas para televisión.
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Sin embargo, el desarrollo de su carrera profesional no era la primera preocupación de Suvari. Tras esa apariencia dulce y sensual, combinación muy fomentada en el cine hace un par de décadas, la joven de Rhode Island escondía una vida personal anclada en el terror. Desde su primera adolescencia sufrió abusos, que se perpetuaron durante su juventud.
Diversos hombres abusaron de ella de forma constante, lo que la llevó a consumir drogas. Una historia que Suvari no había desvelado hasta ahora, con su libro de memorias, The Great Peace (La gran paz, en español), que saldrá a la venta el próximo 27 de julio y del que la revista People ha obtenido un adelanto en exclusiva. “Entre los 12 y los 20 años fui víctima de abusos sexuales de forma continuada”, afirma en el libro, como recoge la revista.
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Los recuerdos de Suvari resultan muy dolorosos. “Parte de mí murió ese día”, rememora. “Él me usó, se divirtió conmigo y después se deshizo de mí. Me llamó puta. No llegué a contemplar el sexo como algo sano. El momento de hacerlo se me escapó. Y eso, unido a que no me sentía escuchada ni percibida, estableció el concepto que tenía de mí misma. Esa era mi valía”, afirma. De hecho, la culpa y la vergüenza la persiguieron, puesto que empezó a achacarse el hecho de “permitir que eso pasara”.
Lejos de mejorar, la situación se agravó cuando a los 17 años conoció al que fue su pareja durante tres años, y que durante todo ese tiempo abusó de ella tanto sexual como psicológicamente, explica, contando cómo la forzaba a llevar a mujeres a su casa para introducirlas en sus relaciones y a hacer tríos. “Recuerdo pensar que quizá eso es lo que eran las relaciones: los gritos, los insultos, el abuso”, reflexiona ahora Suvari en sus memorias.
“Pensaba que yo había traído todo eso, de alguna manera”, asegura en el volumen, creyendo que de un abusador a otro todo había sido “un proceso de destrucción”. La actuación, dice, fue la que la salvó, le dio la oportunidad de expresarse cuando más lo necesitaba, y le dio esa doble vida: “Funcional en el exterior y en el interior tratando de curarme desesperadamente”. Y también el hecho de lograr romper con ese hombre, dejar las drogas y empezar a hacer terapia, así como de rodearse de amigos que la vieran con otros ojos.