Los socios de la UE se han lanzado a la carrera por la tecnología del hidrógeno, destinada a ser la pieza clave para lograr la descarbonización de la economía europea en 2050. Los planes de recuperación han catapultado los proyectos para desarrollar esta fuente de energía, que moverá una enorme inversión en las próximas tres décadas. El sector calcula que hasta 2050 serán necesarios unos 5,5 billones de euros. Los países configuran alianzas con proyectos de Alemania y Francia o de España con Portugal e Italia. Grecia, Dinamarca, Bélgica o Austria tampoco quieren quedarse atrás.
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Bruselas ha incentivado que los planes de recuperación tengan también una dimensión europea. Y aunque las inversiones transfronterizas no son mayoritarias, sí se articulan en ámbitos clave para la UE: las baterías, la nube o la microelectrónica. Y el hidrógeno. Las capitales se postulan para asumir el liderazgo de esa fuente de energía, que se postula como una de las mejores opciones para eliminar las emisiones en la industria y el transporte pesado. El norte reivindica su músculo tecnológico, mientras que el sur exhibe su potencial para generar hidrógeno verde en mayores cantidades y a un coste más bajo.
Alemania y Francia se disponen a lanzar una alianza europea a través de un Proyecto Importante de Interés Común Europeo (IPCEI, por sus siglas en inglés), una fórmula para sectores cuyos riesgos hacen necesarias las ayudas de Estado y la cooperación transnacional. Solo el plan francés consigna a ese programa, que se prevé notificar a Bruselas a finales de 2021, un presupuesto de 1.575 millones de euros. Ambos países se abren a que otros socios participen en el IPCEI para “edificar una cadena de valor europea descarbonizada, soberana y resiliente”, según el plan francés.
La industria cree que la cooperación es necesaria en estos primeros compases, pero también que a medio plazo se desatará una feroz competencia por esa fuente de energía. Además, ve con recelos los planes de algunos países del norte de Europa, que todavía piensan en el hidrógeno azul —el que resulta del gas natural— e incluso gris —de combustibles fósiles—, cuando el sur del continente apuesta por el verde.
Esas diferencias quedaron claras en diciembre del año pasado, cuando 22 países de la UE y Noruega lanzaron un manifiesto para impulsar un IPCEI para potenciar el hidrógeno. De inmediato, cinco de los firmantes —España, Portugal, Austria, Luxemburgo y Dinamarca— lanzaron otro comunicado en el que matizaron que solo los proyectos que se producen “a partir de fuentes renovables” deben recibir fondos públicos. Bruselas por ahora ha ido avalando esa tesis.
España, que destinará 1.555 millones del plan de recuperación a esa energía y ha previsto una inversión de 8.900 millones en diez años, también ha empezado a forjar sus alianzas. Sus preferencias por ahora pasan por los países del sur y se ciñen al hidrógeno producido mediante renovables. El plan de recuperación portugués señala que Lisboa y Madrid “crearán un grupo de trabajo” para “promover la colaboración empresarial e implementar proyectos conjuntos”, entre otras áreas, en la del hidrógeno verde.
España añade en su plan que también busca alianzas con Italia y Francia. “El hidrógeno verde ofrece a España la oportunidad de situarse como uno de los principales exportadores de energía verde en Europa”, señala el documento español, que se fija el reto de posicionar a “la península Ibérica en la producción del hidrógeno renovable y el potencial suministro de futuros excedentes a otros Estados de la UE”.
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