La central de París vive un déjà vu. Jannik Sinner bota la pelota una y otra vez, a punto de servir para cerrar el primer set contra Rafael Nadal. La bota y la bota el italiano, hasta que finalmente la bola tropieza con el pie izquierdo y regresa a la mano con una trayectoria irregular, rara, extraña. No hay duda: en ese instante, por la cabeza del chico pasean mil demonios y por su cuerpo transita un escalofrío. Aquella noche de octubre, ese tren perdido… Sinner, 19 años, colapsa. En ese juego, el punto de giro de la tarde, se le agarrota el brazo y falla un golpe tras otro hasta incurrir en una doble falta que destapa la victoria del español: 7-5, 6-3 y 6-0, en 2h 17m. Nadal impone su síndrome en los cuartos de Roland Garros y se cita el miércoles con Diego Schwartzman.
A Sinner le puede el vértigo. Le sentenció en el cruce de la edición otoñal del curso pasado y vuelve a ocurrir esta vez, en un contexto diametralmente opuesto. A diferencia de ese día, el sol calienta en el Bois de Boulogne y hay luz natural; entonces 5 grados y humedad, ahora son 23 y los helados circulan por grada. Tras un intercambio de mamporrazos, el chico, 19º del mundo, rompe en el quinto juego ayudado por dos dobles faltas de Nadal y se hace con las riendas del pulso conforme su bola pesada castiga el cordaje del balear. Arrinconado hasta entonces, achicando agua porque las embestidas son tremendas, el español tuerce el volante y logra salir del lío.
Como ocurriera el curso pasado, cuando el mallorquín resistió el envite de madrugada del italiano, Sinner se descompone en el momento en el que el tenis selecciona a los más fuertes. Al joven, de gran proyección, todavía le viene demasiado grande la escena y pierde el filo; se deshace abrumado por la inmensidad de Nadal en la Chatrier. Ahí dentro, nadie domina el estremecedor silencio que se respira en los instantes críticos de los partidos. Mientras todos menguan, el balear se multiplica por mil. Por un millón. Después de resistir el asedio, los golpes de plomo de su rival, Nadal emerge y se rearma para dar un latigazo anímico que reinstaura el orden natural de las cosas.
Adivina las dudas y en ese intervalo en el que Sinner bota una y otra vez la pelota, sale de su refugio con el cuchillo entre los dientes. El partido le demanda un paso adelante y reacciona con una zancada que le permite neutralizar al italiano y enviarle a la lona a garrotazos. Dos metros son la vida, valen unos cuartos. Edifica un parcial abrumador –16 puntos a 2, en la franja que transcurre del 5-3 adverso a la rotura para el 5-5– y ejerce una sacudida salvaje de seis juegos consecutivos. 4-0 de arranque en el segundo set. Es decir, deja a Sinner grogui. El chico camina sonado por la pista, envuelto de nuevo por los fantasmas y con esa vocecilla interior que le repite y le martiriza: se escapó otra vez. La inocencia. Demasiado tierno todavía. No es capaz de gestionar la ventaja, así lo dicen los hechos: sucedió el año pasado, también en Roma hace menos de un mes y de nuevo en París.