John Lewis Partnership, la mayor cooperativa británica, está en crisis. Algunos creen que es una crisis dulce porque no ven en su sufrimiento una señal de declive, sino la prueba de que se está adaptando mejor que otros a la irrupción de internet en el comercio. Para otros es una crisis agria porque subraya el incierto futuro de lo que en su día supuso una revolución: los grandes almacenes. Lo que no es subjetivo es el dato de que John Lewis ha cerrado en abril 8 de sus 42 tiendas, que se suman a otros 8 cierres hace un año. Es decir, desde el inicio de la pandemia han bajado la persiana casi un tercio de sus establecimientos.
El ciudadano del siglo XXI no tiene conciencia del impacto social y político que tuvieron los grandes almacenes. “Cuando se crearon, los grandes almacenes eran uno de los pocos espacios públicos diseñados para el placer y la conveniencia de las mujeres. Surgieron a fines del siglo XVIII, con la apertura en 1796 de Harding, Howell & Co’s Grand Fashionable Magazine, en el Pall Mall londinense, y más tarde muchos grandes almacenes instalaron baños para señoras (Selfridges fue el primero, en 1909), permitiendo a las mujeres estar fuera de casa todo el día, solas, sin provocar indignación moral. Los grandes almacenes funcionaban como clubes sociales para mujeres, sin requisitos de admisión: cualquiera podía entrar y podía elegir entre comprar algo o no comprar nada”, evoca en The Guardian la escritora londinense Kitty Drake.
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