La exposición de Charlotte Johannesson (Malmö, 1943) podría ser una metáfora de lo que ha significado ser mujer en la historia del arte del último medio siglo, más allá de su condición privilegiada, habitante del llamado primer mundo, nórdica, autodidacta, punk, feminista, una misteriosa redundancia. El Reina Sofía descubre para el público español a esta autora sueca de físico poderoso, una mezcla de Björk y Hanna Schygulla, con una obra capaz de añadir más extrañeza a la aureola que últimamente rodea al arte textil aplicado, en este caso el arte gráfico de guerrilla combinado con los incipientes programas digitales de los primeros microordenadores.
Llévame a otro mundo reúne 150 piezas, entre impresiones, tapices y proyecciones; algunas son reproducciones de obras desaparecidas y hay 15 obras nuevas que su autora llama “gráficos digitales tejidos”. El público encontrará en ellas un temperamento protestante, si hablamos de conservar religiosamente el caos de temas que habitualmente se representan en el arte textil, desde los dioses, ángeles y héroes hasta los ídolos del pop y el deporte, personajes de cómic, cohetes espaciales, heroínas, cíborgs y animales en pie de guerra.
La preocupación de Johannesson por la silueta sobre fondos pictóricos casi siempre planos, los colores y las manchas discontinuas mantienen lo superficial e insisten en la artificialidad del arte, como lo haría un pintor del XIX (¿Manet?). Son bosquejos presentados como resultado de la quimera tecnológica y, aun así, muy persuasivos porque nos proponen una confrontación nostálgica con nuestro imaginario universal.
En el recorrido por las tres salas del edificio Sabatini vemos una confusión disciplinada de motivos. Al principio parece abrumador, pero iremos conociendo y reconociendo cada imagen: el ratón Mickey y Snoopy pixelados, Beuys, Reagan, Bowie, Ulrike Meinhof, hojas de marihuana y mapamundis abandonados en una floración digital. Son imágenes de la cultura de masas distorsionadas/transmutadas en el espejo cibernético. Es entonces cuando necesitamos saber algo del pasado de esta artista, porque ahí está la gracia, descubrirlo directamente de la fuente, mirar los tapices con sus dibujos preparatorios como quien entra en el taller de una pequeña fábrica; en el caso de Johannesson, una auténtica habitación propia. Dicho de otro modo, conviene entrar en la exposición con la mente limpia y la seguridad de que cada artista crea sus precursores. La de Johannesson es la activista antifascista sueconoruega Hannah Ryggen (su obra se incluyó en la Documenta 13), una tejedora de alfombras puritana que criaba ovejas y teñía lana con plantas locales en las décadas de 1930 y 1940. Lástima que no se incluyan aquí algunas obras. Lo que sigue es la cuestión crítica más importante, desvelar dónde reside la importancia de este trabajo, y parte de la respuesta está en el flujo y reflujo de su trayectoria, ese devenir arrastrado por los delfines, el de una ninfa tecnológica que siempre recupera los restos analógicos que ha dejado en la orilla.
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