1987. Berlín Occidental. Discoteca. Una joven asesina a un empresario con la tranquilidad que da el haber sido entrenada desde muy joven para convertirse en un miembro de un comando secreto del Gobierno de la RDA que cumple eficazmente las órdenes que recibe. Algo huele a podrido en la República Democrática y nuestra Kleo Straub acaba en una de sus prisiones. Cumplida la condena, y con la conciencia de haber sido traicionada por los suyos, emprende un largo ajuste de cuentas. El mundo ya no es lo que era. Erich Honecker se había fugado a Moscú y Gorbachov hizo posible que el muro de Berlín acabara despiezado para regocijo de los vendedores de reliquias.
A Kleo le va a acompañar Sven, un torpe inspector de policía de la República Federal que primero quiso detenerla para aliarse finalmente con ella en el intento de desenmarañar lo sucedido. Y lo sucedido es que con la caída del muro, los dirigentes de la RDA se han buscado la vida, y la fortuna, en otras latitudes. Es el caso de, por ejemplo, Ludger Wiecxorek, un coronel involucrado en el encarcelamiento de la protagonista, que ahora se dedica en Sóller, Mallorca, al lucrativo negocio de la especulación inmobiliaria. El mundo ha cambiado pero no tanto. En todo caso, la ristra de cadáveres que va dejando Kleo a su paso progresa adecuadamente.
Una serie de acción divertida (Netflix), con una estupenda ambientación, por más que visualizar la vida cotidiana en la Alemania Oriental estimule la depresión, que consigue en sus ocho capítulos lo fundamental: entretener al personal.
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